El sábado pasado tuve el privilegio de pronunciar la conferencia de clausura en un seminario que bajo el nombre enunciado en el título, fue organizado por el gran diabetólogo Dr. Dani Figuerola en Port de la Selva, un bello paraje de la costa ampurdanesa (en el norte de Cataluña).
Conozco a Dani Figuerola desde hace varias décadas y me siento muy orgulloso de nuestra relación de mutuo afecto y respeto. Aparte de compartir desde el punto de vista asistencial a bastantes pacientes, tenemos una transacción académica de la que ambos nos sentimos profundamente satisfechos. Personalmente he tenido el placer de escribir el prólogo de varias ediciones de su libro «Diabetes» en cuya génesis incluso tuve un cierto protagonismo. Por otro lado, él y su gran amigo Dr. Enrique Reynals, colaboran desde hace tiempo en el Farreras-Rozman: Medicina Interna, escribiendo la mayor parte del capítulo dedicado a la diabetes mellitus, afección a la que ambos se dedican como grandes expertos.
Para quienes no conozcan a Dani en profundidad, puedo decirles que tiene una extraordinaria vocación docente. Por razones que no es oportuno discutir hoy, en un determinado momento abandonó el gran centro universitario en el que se había formado y desarrollado los primeros años de actividad profesional, el Hospital Clínic de Barcelona. A pesar de ello, jamás ha dejado de ejercer de un modo u otro algún tipo de docencia. De un precioso opúsculo llamado «Aules» escrito en un correctísimo catalán hace unos 3 años, traduzco lo más fielmente posible su introducción. Dice así: «En mi familia, hay un gran número de personas dedicadas a la enseñanza. Mi abuelo paterno tenía una escuela de primaria en Barcelona, mi padre era licenciado en Magisterio -si bien no ejerció de manera regular-, mi madre y mi tía eran maestras y dos de mis hermanas también lo son. Y por si no fuera suficiente, también lo son mi esposa y mis tres cuñadas. Es decir que por genética y por ambiente, en la vida forzosamente tenía que hacer alguna cosa relacionada con este trabajo de locos que consiste en tratar de hacer entender a otros, determinadas cosas que se supone que uno sabe y los demás desconocen.» Y como quiera que por razones antes señaladas, echa de menos al alumnado académico formal, ahora quiere enseñar a sus enfermos.
Durante muchos años, la relación médico-paciente fue dominada por el llamado modelo paternalista, en el cual el médico decidía y el paciente acataba. Se suponía que el proceso patológico sufrido por el enfermo, ofuscaba también su mente, haciéndole incapaz de participar en las decisiones relativas a su enfermedad. Se asumía que el médico tomaría siempre la mejor opción para el paciente
En los inicios de los años setenta comenzaron a producirse profundas modificaciones en este terreno y la relación médico-enfermo se ha ido convirtiendo en una negociación entre dos personas adultas y autónomas, de las cuales el profesional sanitario tiene la obligación de informar y el paciente el derecho de consentir o decidir. Esta nueva situación ha sido defendida durante los últimos años como idónea desde el punto de vista moral, se ha concretado también en los correspondientes preceptos legales. En realidad se trata lograr la decisión compartida con el paciente. Esta se basa en la confianza y respeto mutuos y, como sostiene Dani Figuerola, precisa dos requerimientos previos: a) crear un ambiente en el que el paciente se sienta seguro y aceptado; y b) proporcionarle los conocimientos y habilidades necesarios para que se convierta en actor de sus propias decisiones.
Las decisiones clínicas las hemos de tomar con frecuencia en condiciones de incertidumbre y no basándonos en hechos absolutamente demostrados. Los sistemas educativos más avanzados tienen en cuenta estas características e insisten en la necesidad de enseñar a sus alumnos el ejercicio profesional en el contexto de lo incierto -lo que antiguamente llamábamos el arte clínico-. En muchos de estos modelos educativos se insiste en la necesidad de que el médico comparta su incertidumbre con el paciente. Por ello, mi acuerdo con los objetivos del Seminario es absoluto.