Las estatinas inhiben la 3-hidroxi-3-metil coenzima A (HMG-CoA) del hígado y, por consiguiente, la biosíntesis y las concentraciones plasmáticas de colesterol. Se emplean extensamente en la práctica clínica y actualmente tienen la condición de aprobadas por la FDA seis, a saber (por orden alfabético): atorvastatina, fluvastatina, lovastatina, pravastatina, rosuvastatina y simvastatina.
El año 2001, otra sustancia de este grupo, la cerivastatina, fue retirada del mercado ya que causó 52 casos de muerte después de su comercialización, debidas principalmente a rabdomiólisis e insuficiencia renal. Se refirieron 385 casos adicionales de rabdomiólisis no mortal. La compañía farmacéutica aún está pendiente de varios juicios millonarios.
Al cabo de un año de su retirada, M. Evans y A. Rees publicaron en la revista Drug Saf (2002;25:649-663) un artículo (título traducido): “Efectos de los inhibidores de la HMG-CoA reductasa sobre el músculo esquelético: son todas las estatinas iguales?”. Obviamente, no es así. Existen entre ellas bastantes diferencias que es conveniente tener en cuenta a la hora de su prescripción. En el trágico caso de la cerivastatina, los efectos secundarios tan graves se observaron, sobre todo, cuando la sustancia se asociaba con gemfibrocilo (un fibrato) y se debieron, probablemente a interacciones farmacocinéticas y farmacodinámicas. Pero, por lo que se refiere a las diferencias entre las estatinas, en general, deseo subrayar fundamentalmente dos. Respecto a su degradación, todas las estatinas, excepto la pravastina, se catabolizan en el hígado, concretamente en el sistema citocromo P450. Como quiera que este es un lugar donde se degradan muchos medicamentos, la asociación con alguno de ellos puede elevar la concentración de la estatina, con el consiguiente peligro de rabdomiólisis e insuficiencia renal. La segunda característica está relacionada con la solubilidad. Se ha sugerido que los efectos secundarios, en especial los musculares, pudieran darse sobre todo con las estatinas más lipofílicas (atorvastatina, fluvastatina, lovastatina y simvastatina) que con las más hidrofílicas (pravastatina y rosuvastatina). Por último, es bien conocido que las acciones adversas pueden aumentar con el incremento de la dosis administrada.
Todas las consideraciones expuestas me hacen seguir en mi práctica clínica la siguiente conducta. Siempre que el paciente esté recibiendo diversos fármacos –lo que es muy común y difícilmente previsible en los ensayos aleatorizados- empleo como medicamento para reducir la hipercolesterolemia la pravastatina, debido a su mejor perfil de seguridad (metabolización predominante fuera del citocromo P450 del hígado, y su condición de estatina hidrofílica). Suelo comenzar el tratamiento con la dosis de 20 mg/día. Si con ella no consigo el efecto deseado, la subo hasta 30 o como máximo 40 mg. En caso de que el resultado alcanzado aún no sea satisfactorio, recurro a la asociación con ezetimiba, medicamento que interfiere con la absorción intestinal del colesterol. La combinación pravastatina-ezetimiba es, según mi experiencia, eficaz y exenta de riesgo mayor.