No rara vez se expresan en torno a la estadística opiniones contrapuestas, cuestión sobre la que pienso reflexionar en un próximo artículo. Como introducción a la materia, dirijo mi mirada hacia atrás para rememorar mis primeras incursiones en este terreno. Tales recuerdos constituyen en cierto modo una justificación del porqué me atrevo a abordar este tema. No reclamo para mí la consideración que merece un estadístico profesional y tal vez incluso el adjetivo de aficionado es demasiado presuntuoso. Pero no es menos cierto que a lo largo de mi vida he dedicado muchas horas a la estadística, no como un pasatiempo sino por necesidad.
A mediados de la década de los setenta del siglo pasado, quisimos analizar con mis colaboradores la supervivencia de los pacientes afectos de leucemia linfática crónica. El Dr. Kanti Rai, quien más tarde habría de convertirse en excelente amigo a través los intereses científicos comunes, acababa de publicar la clasificación por estadios clínicos de esta enfermedad. Quisimos reproducir sus resultados en nuestros pacientes, para lo cual teníamos la necesidad de aplicar el método de Kaplan y Meier, llamado también de producto límite, adecuado para estimar la supervivencia actuarial. Tengo grabada en mi memoria la imagen de Dr. Miquel Morey, uno de mis residentes de entonces y hoy un destacado hematólogo del Hospital Son Dureta de Palma de Mallorca, quien de forma manual estaba realizando los cálculos pertinentes. Aún no había llegado la hora de las computadoras personales y menos la de los programas estadísticos comerciales. Estimulado por la necesidad desarrollé el citado programa sobre una rudimentaria computadora que utilizaba el Servicio de Neumología para la práctica de las espirometrías. A finales de 1978 fui invitado a dar una conferencia en San Juan de Puerto Rico. Debido a la frecuente niebla en el aeropuerto de Madrid, tuvimos que pasar una noche en la capital, ocasión que aproveché para visitar la Feria Internacional de Informática (SIMO). Adquirí una especie de computadora personal de sobremesa, la cual me sirvió para el desarrollo de numerosos programas. Diseñé una rudimentaria base de datos, amplié el programa de Kaplan y Meier con la generación de gráficos e incluso empecé mi inmersión en la estadística multivariante. Conseguí traducir del FORTRAN al lenguaje BASIC el método de regresión de Cox de riesgos proporcionales. Mi hija Olga, informática de profesión, adaptó parte de este software a otra computadora, la cual constituyó durante muchos años el soporte logístico esencial del PETHEMA (Programa Español de Tratamiento de las Hemopatías Malignas). A mediados de la década de los ochenta, recibí la visita de un hematólogo de otro hospital de Barcelona quien no acaba de coronar su proyecto de tesis doctoral. Vino a solicitar mi ayuda. Le indiqué que realizase algunos estudios de supervivencia. Al cabo de unas semanas me trajo unas gráficas realizadas con el programa que habíamos diseñado mi hija y yo. Al interrogarle acerca de cómo pudo acceder al mismo, me contestó que dicho software había viajado a Zaragoza y luego a varias ciudades de Andalucía, de una de las cuales le fue enviado a él. Con mi hija bromeamos: “Lástima de no haber exigido el copyright”. En épocas posteriores no he dejado de ocuparme de numerosas cuestiones estadísticas diversas y así hasta hoy.
A pesar de mi condición de aficionado, fui probablemente el primero en España en utilizar los métodos mencionados. Considero que mi condición de pionero me autoriza a reflexionar, en un próximo artículo, sobre la estadística en general.